Mujeres, lugares, fechas III
Publicado 2016-07-18
PRIMERA PARTE
Gisela: Goethe Institut: Radolfzell (Alemania), noviembre–diciembre 1971. Granada, 1986.
Mis deseos de aprender algo de alemán venían de muy atrás, quiero decir, prácticamente desde mis años de estudiante en la Universidad Central de Madrid. El inglés no era problema, claro; ni hasta si se me apura tampoco el francés, lengua en la que, a pesar de todas las imaginables deficiencias, uno se consigue expresar... Y no digamos el italiano, o el portugués... Lo mismo. No se siente la necesidad seria de estudiar algo en cuyos entresijos y secretos uno logra defenderse y entenderse. ¡Pero el alemán!... El alemán se me aparecía siempre distinto, algo a lo que uno había de enfrentarse con disposición y método monográficamente serios, si de verdad se pretendía penetrar siquiera en las más inmediatas estribaciones de su particularidad. Me llegué a comprar el libro y los discos Assimil, un poco así como para sostener el compromiso conmigo mismo de no descartar el tema. ¡Qué demonios pensaría yo del asunto como para instrumentar tan pueriles al par que inútiles acciones! Recuerdo que en East Lansing, durante mi segundo año en MSU, 1962-1963, y sobre todo aprovechando mi compra de aquel tocadiscos Magnavox [todavía ‘in full standing’ al cabo de 36 años]... recuerdo que ponía las lecciones mientras que hacía por leer el texto escrito correspondiente. Y las más de las veces sin leerlo..., bien porque estuviera tumbado en la cama, o bien porque no quisiera desvirtuar lo que estoy seguro que yo entonces debía de considerar como inmersión directa en la lengua, la monserga recitada de los diálogos con el fin de que crearan en mi conciencia un caldo de cultivo, “a breeding ground”, una plataforma propicia de sonidos y de estructuras que, aun desprovistas entonces de significación, condicionaran positivamente mis siempre ulteriores proyectos, mis siempre postergados proyectos de aplicarme con método organizado al estudio del alemán. Cuanto más inaccesible se me presentaba la cuestión, más categoría de capricho, de consentido deporte, le prestaba mi voluntad. Por supuesto que aquella paliza de los discos no me sirvió de nada, y dejé la materia aparcada sine die.
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